Él es idiota, él es bipolar, gracioso, cariñoso, infantil,
alegre, detallista, especial, quejica, descuidado, borde, imprudente, aunque a
veces cariñoso. Simpático, dulce, olvidadizo, tiene manías que no puedo
soportar. Cariñoso, no he contado las veces que me ha dicho te quiero, pero sé
que son muchas. Ve lo bello de la vida donde nadie más lo puede ver. Siempre está
“ahí”, a cada momento, a mi lado. Es la única persona que sabe sacarme de
quicio… No me hace falta ser fuerte, él lo es por mí. No permite que llore, él
lo hace por los dos. Ni el cristal más fino se asemeja a lo transparente que
puede llegar a ser cuando me mira a los ojos. Hizo que mis latidos tuviesen
sentido. Por cada lágrima, él tiene una palabra para poder callarla. Él espera,
nunca abandona. Siempre está apoyándome en el momento más inesperado y
necesario. La primera vez que le conocí de verdad, fue cuando me enamoré de él.
Aunque no lo admita, se preocupa demasiado por todo. Soy orgullosa, y él cabezota,
pero si no es con él, y él no es conmigo… que se paren esos latidos, porque
entonces ya no tendrán sentido alguno. Que otros lo llamen de todas las maneras
que existan: enfermedad, raro,
promiscuo, precioso, sencillo, complicado, difícil, doloroso, verdadero,
lamentable, locura... Todas las personas de este planeta lo llamarían de
cualquier otra forma, pero siguen pasando los días y yo sigo sin encontrar la
definición exacta de esto, y no hay nada que se pueda definir mejor. Es inútil
intentar que todos lo comprendan, porque nunca fue necesario definir un
sentimiento tan pequeño, y a la vez tan grande, solo hace falta sentirlo.
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